miércoles, 30 de julio de 2008

Palindromas

GALERÍA URBANA

15 de Enero de 2008

Año 01, núm. 19

Por José Manuel Ruiz Regil





Si uno está al pendiente de la cartelera cinematográfica sabrá que, salvo contadas excepciones (qué frase tan coloquial) no hay nada que ver en las salas comerciales. Se comprende. Ya hemos dicho que está claro que el cine (las películas de entretenimiento) son para los adolescentes. Hay que inocularlos con los mismos miedos una generación tras otra, para que no se salgan del guacal de la predecibilidad.
Sucede que de vez en vez, y esto es quizás, de-formación profesional, llama mi atención algún título, o veo un cartel que me dice más de lo que vende. Si además, se trata de una cinta no gringa, y luego me doy cuenta de que no ha tenido más que dos días de exhibición, me obstino en conseguirla. Recurro a los amigos, al videoclub y al pirata de la esquina, que es quien por lo regular me surte (aunque cada vez están más baratas las originales. Se pueden conseguir por $55.00 o $99.00 en Gandhi, Sanborns, Blockbuster o Mix up y como diría el filósofo de Guémez: “siempre es mejor lo mejor”).

De esta suerte de hallazgos ha sido “Palindromes”, de Todd Solondz (2004), director norteamericano que se ha caracterizado por elaborar una poética de lo terrible a partir de un aparente discurso rosa, que se puede confundir con una narrativa de lo más inocua, y filtrarse -como lo ha hecho- en espacios donde puede causar cierta incomodidad; esa que, sabemos, trae consigo la verdad. El humor y la crudeza que explora el autor de Happiness y Welcome to Dollshouse, se continúa en esta obra.

Solondz decide llamar las cosas por su nombre y presentarnos la otra cara del azogue. La oscura, la que no refleja; aquella en la que no nos reconocemos. Muy alejada de la burda autocrítica de un Thomas Moore, quién también en ese mismo año estrenó Farentheit 9/11. Palindromes dibuja con perversos tonos pastel y listones de seda una fuerte denuncia de iniquidades, más cercana a la ironía de Belleza americana (1999), que también es un Knock out al American way of life. Sus historias nos llevan al punto dilemático en que no se sabe si es cruel reír o estúpido llorar ante esa realidad que nos rebasa, pero que se impone como una fatalidad cultural. Tal vez sólo habría que mirar las secuencias con inocencia dominguera.

¿Qué había en la ilustración del cartél donde aparece una mujer negra y obesa arrastrando su mochila mientras se aleja por un camino flanqueado por árboles?

Palindroma es una figura retórica formada por una frase o palabra que se lee igual de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, como: “Anita lava la tina”, “Dábale arroz a la zorra el abad”, o “Eres o no eres; seré o no seré”. Cabe recordar que en el haber nacional está la obra de Juan José Arreola con su libro del mismo nombre, donde hay una intención similar. En este caso, como una metáfora de la esencia individual.

Dice el personaje Mark Wiener (Mathew Faber): “It doesn't matter if you gain 50 or lose 50 pounds or you have sex change, what have you, all these shapes and sizes in the center is a part of ourselves that is palindromic by nature.’

Aviva, el nombre de la protagonista será el vehículo palindromático por el que viajará el deseo febril de una niña por embarazarse. Estar siempre embarazada. Así asegurará tener alguien que la quiera. Idea sintomática que en principio comienza a describir la patética perspectiva que a tan corta edad surge como una respuesta afectiva.

Y aquí no para la aparente complicación. Evocando al Buñuel de “Ese obscuro objeto del deseo” (1977) donde Angela Molina y Carol Bouquet interpretan un mismo personaje, o a Orlando (Sally Potter 1993), donde un personaje es interpretado por un hombre y una mujer a través de una historia que dura cuatrocientos años, Solondz sólo lo intenta con ocho diferentes actrices de distinta configuración social, racial, física, y cronológica (Jennifer Jason Leigh, Sharon Wilkins, cuatro niñas de edad entre 12 y 14, un niño de doce años y una niña de seis). Esto provoca un shock al principio, y más adelante, cuando tenemos que integrar esa inocente, vulnerable y afligida esencia infantil al obeso y oscuro cuerpo de la Wilkins, quien la encarna en buena parte del filme. Al pasar por ese trance, sabemos entonces que el planteamiento rebasará al sujeto para abarcarnos a todos.
Todos somos Aviva. El espectador descubrirá las simpatías que engendra con el personaje y los intérpretes, hallando distinto cariz en cada escena.

La violenta solución que imponen los padres (Ellen Barkin y Richard Masur) al embarazo no deseado (por ellos) de su hija, dispara el drama. Y a manera de un road movie, la chica prefiere vagar buscando quién la pueda embarazar de nuevo, aunque eso será imposible.

En el camino se expone a la crudeza de una realidad que va de la pedofilia al sectarismo religioso, pasando por diversos estadios donde puede reconocerse la descomposición de la moral norteamericana (y de todos los que nos reconocemos en ella por influencia), el crímen institucionalizado, los excesos, el retrato de la obesidad como una huella histérica, a partir de donde se propone el extremismo religioso como un oasis de lo posible, de la tolerancia, de la aceptación.

La familia feliz, un orfanato conformado por la más diversa mezcla de condiciones socio-culturales y discapacidades, es comandada por Mama Sunshine (Debra Monk), una mujer que fue abandonada de niña, y es por eso que vierte su frustración y su coraje ayudando a otros jóvenes a desarrollarse. Sin embargo, esta aldea de redención podría ser al mismo tiempo el recipiente del desperdicio social nutrido por los anti valores que condena.

Finalmente, Aviva, no quedará embarazada de un nuevo bebé, más sí de múltiples posibilidades de adopción afectiva donde realizar su anhelada vocación. La transformación del personaje se ha dado a través de la mortificación de su deseo.

Queda en la memoria pupilar esa sonrisa agridulce que no deja soltar el aliento sino hasta después de unos pasos luego de abandonar la sala.



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Espero verte por ahí. Hasta la próxima.