miércoles, 30 de julio de 2008

Los gritones

GALERIA URBANA
15 de Octubre de 2007
Año 01, núm. 13
Por José Manuel Ruiz Regil

Velan calles como persiguiendo viento detrás de los balcones. Alzan su voz intentando alcanzar oídos sordos. Pregonan servicio, piden limosna digna. Cambian moneda por hilacho percudido, fierro inservible, periódico, madera o cartón que se pueda volver a usar.
Cantan oficio en medio del asfalto, empujando una carreta sangre hecha remedos, donde viaja la esperanza de una chamba; donde aliento nace y muere cuadra a cuadro. Algunos pedalean frescura en garrafones y, orgullosos, gritan su marca: “¡A-a-a-a-gua Electro pura-a-a-a-a! Sale grito a borbotones, alargando vocales como cauce río que va lejos y llega a todas partes. Agua, palabra que en sí misma es trago natural. A-a-a-a, boca abierta a recibir. Gua, trago, sonido grave, contracción de esófago y curso digestivo.
“¡Se arre-e-e-e-e-glan cortine-e-e-e-e-e-ros y cortina-a-a-a-a-a-s!”
E alargada como travesaño regulable al ancho de cada ventana; como riel de aluminio por donde pasa piola recogiendo guías de plástico con agujeros para ganchos. A, final, descorre intimidad; interjección que evoca asombro o liviandad detrás de un albo lienzo. “¡Perió-o-o-o-o-dicos que ve-e-nda-a-a-a-n! O, asombro inherente a la noticia, ovación, elogio diplomático, queja necia. ¡Ga-a-a-á-s-s-s-s! Grito acicate y latigazo acento antes del siseo evaporado. Gritos musicales, pitazos, instrumentados tintineos que alertan el antojo de gorditas, peneques, tortillas, quesos, salsas. Gritos cítricos, exprimidos y jugosos: “Naranja de jugo para jugo-o-o-o”. A ritmo de hoja de elote y maizal del sureste: “Lle-ve sus ri-cos ta-ma-les oa-xa-que-ños”.

Medio día, tarde y noche los gritones son la música de la Colonia. Conquistan paladares, relucen los objetos. Saben que detrás de las cortinas siempre hay alguien que los oye, aunque nunca o casi nunca se empine sus promesas.

Dos poemas
I

A veces preferiría que me gustara el futbol y
que un gol me hiciera el domingo; tener la ilusión
de que sea viernes para que, con todas las de la ley,
cene pancho; y que bastara un “Six pack” de chelas
para sentirme triunfador. Se me antoja tanto, a ratos,
cenar con la familia, quedarme dormido en el sofá
desvelando las noticias y –es por puro morbo, lo sé- ,
amanecer un día con la suficiente docilidad para
aceptar las reglas, y acatar cada una de las instrucciones
que garantizan la felicidad.

En ocasiones sueño con poder planear un viaje
con todos los gastos pagados, las escalas confirmadas,
las propinas incluidas, las sonrisas programadas, los atardeceres
y las vísperas puntuales, la satisfacción asegurada; la sonrisa
ampliada a ochopordiez, y construir vigésimos adeudos para
asegurar mi patrimonio, si lo tuviera.

Hay días en que, en verdad, daría la vida por tener un jefe
que me dijera qué y cómo debo hacer lo que él decida
(mejor si fuera mujer).
Cómo me gustaría de vez en cuando, reírme a lágrima
suelta viendo el Show de Don Francisco, o empeñar la honra
por conseguir un boleto para ver a Luismi o a Maná;
saber el desenlace de la última novela;
despertarme con Chavelo los domingos.

A veces me pregunto: ¿Por qué todo me resulta tan difícil?
A ratos yo quisiera que no me importara para nada la ortografía,
ni la sintaxis vial, ni la política publicitada, ni la mugre, ni el automatismo, ni el abuso o la indolencia; y pasar de un día a otro con la tranquilidad de saber que mañana todo será
exactamente igual.

Desearía que sólo por un rato, las palabras no significaran nada,
sino ruido; y que el ruido fuese suficiente compañía;
ser indiferente a la miseria, tornar invidente mi nariz,
y que pudiera echarme unos de tripa, ojo, buche o nenepil afuera del
cañaveral -digo- metro, donde el olor a sobaco –¡hm!- es lo de menos.

A veces estaría dispuesto hasta a irme de Shoppings todo el día, comprarme cosas que no necesito, y quebrarme los dedos elegantemente por un año, o más, a cambio de la paz que da el olor a nuevo.

Es en mis noches de insomnio una fantasía espectacular
soñar en convertirme a una fe, cualquiera, que planeé mi último viaje
y que haga de mi estancia en este plano
mera burocracia espiritual llena de cuentas por pagar. Con gusto abonaría mis 15 minutos de “Tolerancia” en el estacionamiento de la ingratitud.

Hay días en que preferiría tenerle miedo a la libertad,
aborrecer la incertidumbre, ver con malos ojos las ideas.
¡Ah! Cómo me gustaría pensar que el mundo empezó ayer,
y que las guerras, las matanzas, las luchas de poder son sólo un montaje para hacernos creer que el bien y el mal existen.

Sí. Cómo me encantaría, a veces, por un rato -por un ratito nada más-
Ser normal.
II

Rondan juglares de hidrocanto
timbrando las conciencias tempraneras.
Cántaros en biciclo transitan la alborada.
Se está irrigando la vida:
en hombros sube hasta las casas,
acaricia el seno guarecido,
limpia la cicuta del sueño en la garganta,
santifica la manzana.
El agua se infiltra en medio
de la prisa y de la enfermedad.
El hombre se inunda con su llanto
nace nuevamente,
aguadamente,
disueltamente,
y a cada sorbo de infinito
agradece.

Hasta la próxima.