domingo, 27 de julio de 2008

Narices

En un repente esa, por lo regular inadvertida prominencia, revela un peso específico y se impone en el paisaje del transporte metropolitano. En ese puente que es el trayecto inmóvil que va de una estación a otra, las narices cobran vida. Ancha y oscura como la de quien hurga en su amplia y profunda cavidad; respingada y sudorosa; chatita, larga y plana; brillosas, jugosas, útiles, al fin, para lo que fueron hechas: para respirar. Vanguardistas y exploradoras. Todas ellas vectores que acompañan la vista y marcan el rumbo, la dirección y el sentido de quien las porta.
A mí me huele que esos dos están unidos por compasión. Habría que verles la nariz. La de ella es bastante desproporcionada con respecto al resto de su cara. Pareciera un postizo matizado por el maquillaje. Es tan grande y ancha en su borde colgado que pareciera como si tuviera los ojos muy juntos, y sugiere ya un mormado tono de voz. El, modelo de cabeza Olmeca. Duro como la roca. A pesar de ello. –o quizás por eso mismo, es que se quieren-. Ella apoya su cansada cabeza sobre el hombro del guerrero. Le husmea la mirada.
Ese trío discute y pareciera que lo hace con la nariz. Se podrían interpretar sus argumentos a partir de lo oblicuo, anguloso, y arisco del gancho olfatorio. Las hay de 00, aquellas que revelan sin pudor los orificios; 010, las que entre las fosas, dejan caer una punta ganchuda que da al sujeto un aire de huele feo. Junto con las orejas, es la otra parte del cuerpo que no deja de crecer hasta la muerte. De aquí que la fisonomía de un individuo pueda cambiar completamente en treinta o cuarenta años. Por culpa, o gracias a, su nariz. Claro, si no se atraviesa una coqueta cirugía. Este apéndice facial se ha asociado con la sabiduría. De ahí el dicho de “lo tenía en la punta de la nariz”. Es tan obvia, que nadie la ve. Ni uno mismo. Pero nos conformamos con que nos proporcione el aire que necesitamos para dar rienda suelta a la intuición y echar a pasear el instinto de supervivencia en un transbordo.


Alaridos de goma

Las gomas de las puertas corredizas resecas por la tierra y el calor del subterráneo generan un chirrido que, de no ser porque uno ve que el sonido coincide con el movimiento, buscaría asomarse a las vías para salvar a la mujer atropellada, o, alarmado correría a buscar ayuda para hallar la fuente de semejante alarido digno de cualquier casa del horror de feria ambulante (sonido monoaural y todo). De Balderas a Etiopía la vieja decapitada adereza los apeos. Se alivia el vagón de pasajeros. Es notorio y sugerente ese chirrido. Estoy seguro de que no soy el único que piensa en las cabezas reducidas de los jíbaros o en el jinete sin cabeza, la bruja de blair o recuerda el momento cinematográfico en que una cabeza cae rodando sobre la canastilla de palma, una vez guillotinada. Pero al parecer soy le único que no se aguanta la risa.


Indepen...¿qué?

Pareciera que la edad es inversamente proporcional a la verosimilitud de las fiestas oficiales. Al menos sería deseable, creo, en un proceso de autoconciencia. Es innegable que son los niños, su formación, y la preocupación de los padres y maestros por inculcarles el amor a la Patria, a los héroes y alguno que otro motivo de orgullo nacional, lo que nos hace fortalecer las tradiciones. Es lo único que marca la diferencia entre un cartel con la imagen del cura Hidalgo y la Corregidora, y el póster de Barney y Britney Spears, si no se distingue entre la efeméride, motivo de reflexión y patriotismo, y el afiche publicitario que no persigue sino todo lo contrario.

Nos entusiasman mucho los foquitos, la música, los espectáculos conmemorativos, las danzas tradicionales alrededor de cualquier tema histórico. Seguro que todos sabemos el nombre de los personajes principales (cuestión de rating), y un par de fechas (cuestión de trivia). ¿Porqué no recordar a los miles y miles de campesinos, indígenas subyugados por el poder que tuvieron el coraje de reclamar lo que de suyo les pertenecía? ¿Dónde están las diferencias, las garantías, las oportunidades, la autonomía? ¿Dónde se cambió el significado del ¡Viva México! en Dolores, por el resentido alarido ¡Chinguen a su madre! en el Zócalo de la sordera?

¿Qué sería de México si no se hubiera independizado de la corona Española? ¿En una de esas hoy seríamos 1er. Mundo? ¿Quizá hablaríamos mejor español? No estoy sugiriendo que mejor no hubiera sido. Lo que me pregunto es ¿Por qué no retomar las inquietudes y los principios que movieron tan digna lucha y seguirlos honrando? Hoy menos que nunca siento a mi país independiente. Todo lo contrario. Desde el idioma, hasta la forma de producir y consumir. ¿De qué me sirve la historia si no aprendo a mirar? Les puedo asegurar que México no está en los mariachis, en el tequila ni en los tacos, ni en las artesanías que no significan nada para el P.I.B. ni en los buñuelos, el pozole, las tortas ahogadas y los albures. Está en la forma de hacer. Y lo que sea de cada quien esa forma no me gusta matarilerilerón. Porque suena a agandalle, a transa y a desmadre. México está confundido entre la miseria y el desconocimiento de sí mismo. Cuando se mira al espejo no quiere verse y prefiere creer que su reflejo tiene el aura de una Corregidora interpretada por una Salmita –de menos- que hable inglés. México se está convirtiendo en el sourvenir de la ignorancia.


Miniaturas

GALERÍA URBANA
16 de Septiembre de 2007
Año 01, núm. 11
Por José Manuel Ruiz Regil


Es temprano en la mañana. Don José se alista. Reluciente su vehículo refleja el color del sol. Al mando del zanahórico gusano asiste puntual a la cita dominguera en el parque de los Venados para regalar a sus usuarios diminutos la ilusión de ser grande. Uno, dos, tres, cuatro vagones se van llenando de risa y sorpresa, conforme avanza el medio día.
Detrás le sigue Alfonso, chofereando un autobús. Las cantinelas en los altavoces repiten los ritmos de moda. Alguna vez recuerdan una que otra ronda tradicional. Los transportes a escala les acercan el mundo adulto a los infantes. Ellos se sienten grandes. Dominan el espacio. Ensayan hoy entusiasmados lo que al mañana la resignación impone.

Repican campanas de fresa, vainilla y chocolate. El hombrecillo empuja su nevera-carretilla. Anuncia frescor a su paso. Chicle, cajeta, fresa, guayaba. Doble o sencillo, en vaso o barquillo. ¡Póngamele un pilón! Micrófonos de sabor, heladerías ambulantes suenan a consagración, transformando los humores en frescas bocanadas de a diez peso. Hasta la próxima.