GALERÍA URBANA
1 de Marzo de 2008
Año 01, núm. 22
Por José Manuel Ruiz Regil
Prolegómeno a un ensayo filosófico que nunca será escrito (gracias a dios)
...al menos en algunos aspectos. La naquitud consiste en aparecerse ante el otro como distinto. La diferencia confronta, cuestiona, amenaza, incomoda. A mayores coincidencias y afinidades entre los individuos, la homologación del gusto (sea bueno o malo) los cobija bajo un “status” de validez que se dan entre sí mismos. Todo lo que rebase ese círculo, o traspase esa frontera de acuerdos tácitos será calificado como extraño, ajeno, y, por lo tanto, naco. El buen gusto, por supuesto, es el propio. Todo lo demás es inadecuado, ofensivo, ridículo; de ahí su designación de impropio. Lo ridículo es lo que pone en juego la estabilidad, lo que tambalea lo establecido. Por eso provoca esa risa nerviosa que pretende decir: “yo no soy ese. No soy así”. Cuando en el fondo sabemos que sí es posible; que lo hemos sido, y que hacemos todo lo posible por no serlo.
El fomento de la individualidad es un arma de doble filo. Por un lado permite el reconocimiento de la diferencia, pero por otro celebra la irrepetible unicidad. El deseo de distinguirse entre la mayoría y conformar una minoría exclusiva no es suficiente para quedar exentos de tal clasificación (naco) ante otra minoría distinta, separada también de la gran mayoría, la cual se arrogará la cualidad de despreciar nacariamente la naquitud de grupúsculos cuantitativamente insignificantes, pero presentes. Coexisten infinidad de afinidades diversas en un mismo individuo quien, además, concibe como nacas algunas partes propias. Lo mismo hacia fuera. Reconoce afines ciertos aspectos de otros, pero juzga y discrimina otras. La naquitud no es una cuestión social, es el estigma que le pongo a lo que no es mío; a lo que no es como yo.
Brujitas
Sentadas en la jardinera, desbrozaban las ramas que luego atarían con alambre alrededor de un palo para construir, conforme a la tradición del mejor Luthier, su herramienta de trabajo. Olvídense de la estandarización y la ergonomía. La mejor medida es la que hay, y la que la artesanía del momento impone. Las tres, ataviadas de fuego, con su chaleco reflejante de barras verdes, calculaban el largo de la cabellera escobil, y se alistaban para continuar barriendo, en medio de risas y comentarios filosóficos, que escuché sin querer –lo juro-. (¿Que si es peor que te engañen con un hombre o con una mujer? Ya la pregunta asume la fatalidad y luego la disfraza con opciones. Aún así me entero que, al menos en este universo de tres, la mujer prefiere el cuerno que a un marica). De todos los parques que nos tocan (España, Michoacán, Alfonso Reyes, etc., es el México donde se encuentran mejores ramas –dice Raquel Téllez Sánchez-, moviendo la cabeza en círculo, como queriendo hacer un recorrido veloz por la zona con el mentón, mientras duran sus palabras. La escoba sirve como dos días, según su uso -continúa Ricarda Zepeda Zamora-, mirando su viejo instrumento. Depende de qué tanta basura haya. A veces hay más, a veces hay menos. Teresa Téllez Cruz nos mira, resguardada del sol, bajo la techumbre que ofrece la estructura de la banca. Sonríe y asiente a las respuestas. En la esquina de México y España, Col. Condesa, los carritos naranjas de basura se reúnen a compartir sus hallazgos en los desperdicios. Luego las tiramos a la basura, señala una de ellas al grupo de tambos encendidos, mientras afanosas, las brujitas de la limpieza, descansan haciendo adobes.
El mural más grande del mundo
Por $15.00 subo al primer piso del Polyforum y entro en la nave de 2,400 m2 donde gritan estridentes, miseria y esperanza, “La marcha de la humanidad, desde la tierra hacia el cosmos”, obra cumbre del maestro David Alfaro Siqueiros, auspiciada por el empresario Manuel Suárez, cuya inauguración en 1971 fuera suceso internacional, motivo de admiración y repudio, lo mismo que pretexto para cuestionar la fidelidad a su ideología, no solo al artista, sino al empresario, y que les valiera la crítica de sus, mutuamente excluyentes, medios sociopolíticos, sin mellar con ello su unificada visión de futuro. Binomio contradictorio que supo hallar el punto de encuentro para eclosionar sus grandezas. Escoja usted la que le venga más afín. Seis años de trabajo furioso, arrebatos, angustias, cuestionamientos, satisfacciones, renuncias, conciliaciones, dolor, para culminar la mayor superficie pintada en el planeta: 7,500m2, incluyendo los paneles del dodecaedro exterior. No sólo para satisfacer la ambición monumental de uno y favorecer el sueño de integración plástica del otro al reunir arquitectura, pintura, escultura y química en una renovación del muralismo que dispara al maestro de la piroxilina hacia otra órbita, lejos de Orozco y de Rivera. Me detengo en el módulo interactivo y designo (diseño) el ritmo en que quiero acercarme a la historia de esta Sixtina Mexicana. La voz me habla desde la pantalla contándome la cronología de su construcción y detalles biográficos de estos titanes. A mis espaldas un grupo de universitarios ocupa el espacio. Se tiran al suelo, se sientan, alzan sus cabezas, giran en derredor, queriendo asir el espíritu de tanta revolución en el cielo. Se traslapa la voz de un guía que señala las claves narrativas. La negra figura que encarna esclavitud, rostros desamparados que lo apuestan todo porque su herencia no sea la misma miseria estéril, y la decepción continua ante la mentira. Máscara cínica del demagogo, demonio insensible que engendra coraje, y lo acalla con balas y bayonetas (tan vigente). Los miedos y los atavismos, animales metafísicos que alimenta la ignorancia; aridez, muerte y milagro. Porque México lo es. Su conciencia despierta. El rostro de un nuevo ser se levanta con fuerza. Un hombre-mujer íntegro, que comprende el camino hacia la construcción de un mundo habitable y se contempla a sí mismo en medio de la naturaleza, no como recurso, sino como habitat, donde el uso de la tecnología puede abrirle dimensiones infinitas al ser. Hacia el centro de la bóveda los símbolos que se creían irreconciliables se guiñan un ojo. El águila imperial y la estrella roja de cinco picos. El primer paso en la luna, promesa de otra era en que florecerán las artes y las ciencias en armoniosa comunión. La zanja entre los opuestos se estrecha a medida que el polo femenino de la esculto-pintura ofrece sus manos en cuna y al otro extremo, lo masculino, cubre y protege. Ambos forman la esfera binaria, símbolo de unidad complementada. Para este momento se ha mezclado ya la voz de Juan José Gurrola y Ofelia Guilmain en una danza de tonalidades y pasiones que enaltecen los espíritus de los asistentes. Concluye el espectáculo de luz y sonido con la voz de maestro: “ADELANTE...ADELANTE... por este camino que es la gran aventura de nuestra vida...LA MARCHA DE LA HUMANIDAD es una marcha total, impulsada por el tremendo anhelo de superación...”.
Tocado en lo más profundo por este hallazgo revisitado, comprendo que es el escenario de mis batallas y que es menester honrar el linaje y continuar el diálogo con la historia. Rodeo, montado en bicicleta, el coloso de la Nápoles, y acuerdo con los doce temas que flanquean Filadelfia, Dakota, Maricopa e Insurgentes que volveré. Por ahora, tengo que pedalear hasta la Condesa. Es viernes y hay muchos carros que esquivar.
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