GALERÍA URBANA
15 de Agosto de 2007
Año 01, núm. 09
Muy probablemente de vidrio reciclado. Con capacidad para contener 413ml. ó 13.87 Fl Oz. de néctar de mango enriquecido con vitamina C, y sin preservativos, según dice el cinturón bilingüe que la rodea. Con ella me acompaño mientras atravieso Avenida San Pablo, cerca del mercado de la Merced. Las consabidas tiendas refaccionarias de bicicletas cierran sus párpados a esta hora azul. Hay quien sabe donde encontrar un manubrio chopper pero ya está cerrado. -Venga mañana y se lo conseguimos, jefe. La banqueta sur se apaga mientras en la norte los focos taciturnos de los ambulantes descarriados comienzan a iluminar el otro comercio. El de la carne. Postes de placer ofrecen su mercancía –pirata también- soportando el gran edificio de la sobrevivencia. Lonas blanquirojas, guacales repletos de delito, diabluras eléctricas, fritangas en regaetón, costales llenos de esperanza, comercio, intercambio, ventaja, transa. El tráfago ambulante va y viene, esquivando las extensiones de luz que salen de las fachadas a iluminar las herrerías trashumantes, como piraguas arrastradas por un buque fantasma. El peatón se convierte en intruso, pasajero de este museo de miseria en que el pudor no es más que un estorbo para la muerte. La vieja carnosa asoma su mirada en el escote de la puta. Envidia su juventud. Pero canta la victoria de su madurez fortalecida. El hombre se atreve a mirar con descaro a la que se ofrece, con ese dejo de quien está dispuesto a exigir que por mirar no se paga. La inocencia de una chiquilla se impone ante la realidad impostergable de una madre que tendrá que encargarla en el puesto de quesadillas para ir a atender a un cliente. Aprieto la botella, hago malabares con la mano y la llevo a la bolsa derecha del saco donde choca con las llaves, dando un agudo chasquido. Camino a paso firme. Con los sentidos alerta. En el antro de los edificios bulle, latente, el crímen vivendi. La noche es franca. El tráfico por Anillo Circunvalación es más amable por la calle, entre el agua puerca acumulada a la orilla de la acera y los microbuses que anuncian su destino Tlahuac/Paradero. Es viernes de quincena. Subo a un taxi. Hacia Eje 3 Poniente, indico. Aún llevo la botella en mi mano. El chofer me ofrece guardarla. En medio de tanta basura no encuentro dónde abandonar este desecho. Aunque sé también que en nada cambiaría dejarla en cualquier parte.
No hay cine
Hace tiempo comprendí que las salas de cine comercial (nombrarlo así sólo refrenda la absurda antípoda en que se ubica al cine de arte. Tendría que decir las salas de películas, frente a las salas de cine), poco tienen que ofrecerme. Pero necio. Iluso, corrijo, me aventuro a revisar la cartelera. Y no lo hago en internet, ni en Tiempo Libre o en el Diario. Sino exactamente bajo las pantallas luminosas de letras intercambiables, cada que el título recaba tantos millones como estaba destinado a generar. Sintiéndome un Liliputiense ante el Gulliver de la industria.
Para quien el cine es el templo del vouyeur, que se asoma a husmear otras historias iguales o distintas a la suya, y se dispone a soñar en el anonimato de la oscuridad, Transformarse en una máquina cada vez más fuerte para vencer al enemigo, acompañar al púber Potter en el descubrimiento de sus poderes, o atrapar al sucedáneo arácnido de Mr. Hide, por no mencionar la serie de persecuciones policiacas, disparos, deguellos, gemidos, gritos y quejumbres que ofrecen la representación de las batallas históricas, de las cuales atrae más aprender las técnicas marciales que sus causas o legados, no me deja sino una sensación de exclusión, de rezago y marginación. Pues yo querría también entrar a la sala ataviado de “combos palomeros” y disfrutar algo que no fuera la ilusión de ser gringo, guapo, rico o poderoso. Pero hace tiempo comprendí –soy de los que asustaron con Tiburón, La Orca asesina, Tintorera, King Kong, Aeropuerto 77, Los Pájaros, El exorcista- que la industria seguirá produciendo esos Kinkones, sólo que con otro nombre, para seguir asustando generaciones, satanizando máquinas, seres alienígenas, y enalteciendo el poder de la espada y la bala. Yo ya tuve esa lección.
Me alejo de la marquesina como quien se asoma a una secundaria y mira a los chicos dar sus primeras chupadas a un churro, y se alegra de no tener que repetirlo.
Patinetas
En la Colonia San Rafael sobre la calle Rosas Moreno, a la altura del número 61, frente al Centro de Acupuntura Ho Chi Ming, hay un árbol totémico. Aunque todos lo son, en cierta forma, éste me sorprendió por su gesto urbano. Como a 3mts. de altura, clavadas al tronco, circundan mitades de patineta, graffitteadas con stencil una silueta sexy de mujer, y la firma Skaters, a mano. Roja, Amarilla, Azul, Verde. Las patinetas partidas huelen a ofrenda tribal. A iniciación callejera.
Vaqueros del asfalto
Los taxistas, me parece, son unos cowboys que lazan con sus intermitentes al ganado peatonal, el cual exhibe sus astas pidiendo ser toreado, cuando en realidad embiste. Lo hace con órdenes léperas, exigiendo a precio de banderazo un trato de marqués. Sin embargo, el humor y la refriega vial, templan el ánimo y germinan estrategias para torear a la bestia. Uno de esos ejemplos es “El Chino” (toda proporción guardada con el que copela). Este chino lo es por metonimia capilar. Conocido por su arte de contar chistes. Al grado de que sus amigos le piden que se “éche un chinazo”. El taxi deja. Conocí a Don Alberto que había mantenido una familia de diez hijos, “con el puro carrito”. Al joven leguleyo que pagaba su carrera con el clutch. A veces sólo basta una pregunta y el servicio incluye logoterapia. Los hay adoradores de la Virgencita de Guadalupe , de San Charbel, y hasta de la Santa Muerte. Rockeros, Clásicos y Románticos. Una vez tuve la suerte de que me llevara el ex 1ra. voz de los Tres Ases. Me contó la historia del éxito del tema Mitad tú que los hizo famosos. Recientemente, me topé con un fan de J.J.Bentitez. La charla se desarrolló a partir de una noticia que dieron en la radio: a lo que más le tiene fobia un chilango es a pronunciar palabras extrañas, desconocidas o difíciles. Los científicos en una humorada han bautizado como “Hipopomonstruociscofobia”. Comenzó su relato diciendo: Bueno, usté no me lo preguntó, pero yo le digo que estoy leyendo Caballo de Troya. Llegamos al domicilio en la Colonia Vista Hermosa y nos despedimos cual cofrades de la secta que confía en las explicaciones científicas de los milagros.
Hasta la próxima.